martes, 1 de marzo de 2011

¿Cuál es la causa de los trastornos alimentarios?


“Un trastorno alimentario no aparece así como así. Es un síntoma, una señal de que algo anda mal en la vida de la persona.”—Nancy Kolodny, trabajadora social.

LOS TRASTORNOS alimentarios no son un mal nuevo. La anorexia nerviosa se diagnosticó oficialmente por primera vez en 1873, y según se informa, ya se habían observado sus síntomas hace trescientos años. Sin embargo, parece ser que desde la segunda guerra mundial está aumentando de manera alarmante. Con la bulimia sucede algo parecido. Se ha conocido por siglos, pero en las últimas décadas, como dice una obra especializada en el tema, “se ha convertido en una epidemia”.
¿Qué hay detrás de los trastornos alimentarios? ¿Son hereditarios, o constituyen una manera fuera de lo común de reaccionar a una cultura que glorifica la delgadez? ¿Qué papel desempeña el ambiente familiar? Estas preguntas no tienen una respuesta fácil. Como dice la trabajadora social Nancy Kolodny, definir un trastorno alimentario “no es tan sencillo como diagnosticar una enfermedad como el sarampión o la varicela, cuando el médico sabe exactamente lo que la causa, cómo se contrae, cuánto tiempo dura y cuál es el mejor tratamiento”.
No obstante, los investigadores señalan una serie de factores que pudieran contribuir a que se desencadene un trastorno alimentario. Consideremos algunos de ellos.


La cultura de la delgadez
En los países prósperos, las modelos flacas como palos que presenta la industria de la moda inculcan en la juventud impresionable la idea de que cuanto más delgada sea una chica, más bella es. Este mensaje distorsionado impele a muchas mujeres a esforzarse por tener un peso que no es saludable ni realista. La doctora Christine Davies dice: “La mujer promedio mide 1,65 metros [5 pies y 5 pulgadas] y pesa 66 kilos [145 libras]. La modelo media mide 1,80 metros [5 pies y 11 pulgadas] y pesa 50 kilos [110 libras]. El 90% de nosotras no tenemos el cuerpo de una modelo ni nunca lo tendremos”.
Aun así, algunas mujeres llegan a extremos para conseguir lo que ellas consideran la figura ideal. Por ejemplo, en una encuesta llevada a cabo en 1997 entre 3.452 mujeres, el 24% de ellas dijeron estar dispuestas a sacrificar tres años de su vida para alcanzar el peso deseado. La encuesta decía que para una importante minoría, “la vida solo merece la pena vivirla si se está delgada”. Dado que el 22% de las encuestadas dijeron que las modelos de las revistas de modas influyeron en el concepto que tenían de su cuerpo cuando eran jóvenes, el informe concluyó: “Ya no se puede negar el hecho de que la imagen de las modelos que aparecen en los medios de comunicación tiene un poderoso efecto en la manera como ven las mujeres sus propios cuerpos”.
Es obvio que quienes más probabilidades tienen de caer presa de la figura ideal, pero artificial, fomentada en los medios de comunicación son aquellas personas que, para empezar, no se sienten satisfechas consigo mismas. Como dice Ilene Fishman, trabajadora social clínica, “lo fundamental es la autoestima”. Se ha comprobado que las personas que aceptan su apariencia, raras veces llegan a obsesionarse con la comida.


La comida y las emociones
Muchos expertos dicen que los trastornos alimentarios no tienen que ver únicamente con la comida. “Un trastorno alimentario es una luz roja —dice la trabajadora social Nancy Kolodny— que indica que la persona debe prestar atención a alguna situación de su vida que está pasando por alto o evitando. Es un recordatorio de que no está exteriorizando las tensiones o frustraciones que tal vez tenga.”
¿Qué tipo de tensiones y frustraciones? Para algunos pudiera tratarse de problemas en el hogar. Por ejemplo, Geneen Roth recuerda que, en su infancia, los alimentos —particularmente los dulces— se convirtieron en un “mecanismo de defensa contra los portazos y los gritos”. Ella explica: “Cuando percibía que mis padres iban a pelearse, desviaba mi atención del problema, con la misma facilidad con que uno cambia de canal de televisión, y pasaba de sentirme a merced de mi madre y mi padre a un mundo en el que no existía otra cosa más que yo y la sensación de dulzor en el paladar”.
A veces un trastorno alimentario tiene raíces aún más profundas. Por ejemplo, The New Teenage Body Book (El libro sobre el nuevo cuerpo del adolescente) comenta: “Los estudios indican que quienes han sufrido algún trauma sexual (abuso u hostigamiento) tal vez traten inconscientemente de protegerse eliminando de su cuerpo todo atractivo sexual y centrando su atención en algo inocuo como la comida”. Aunque, por supuesto, nadie debería sacar precipitadamente la conclusión de que alguien que padece un trastorno alimentario ha sido víctima de hostigamiento sexual.
Los trastornos alimentarios pueden originarse en un entorno aparentemente tranquilo. De hecho, la principal candidata para la anorexia suele ser una muchacha que vive en un ambiente en el que no está libre para tomar sus propias decisiones ni expresar sus sentimientos negativos. Exteriormente, accede; pero interiormente, está confusa y siente que no tiene ningún control de su vida. Al no atreverse a rebelarse abiertamente, se concentra en el único aspecto de su vida que puede controlar: su cuerpo.
Debe notarse, sin embargo, que los trastornos alimentarios no siempre obedecen a problemas familiares o traumas sexuales.
 En algunos casos simplemente se desencadenan porque el peso es una cuestión dominante en la familia. Tal vez uno de los padres tiene sobrepeso o está haciendo dieta constantemente y engendra una actitud de extremada cautela —o hasta de temor— para con la comida. 


En otros casos, un factor desencadenante puede ser el comienzo de la pubertad. Los cambios corporales que son parte integrante de la transición a la vida adulta tal vez hagan que una muchacha se crea gorda, especialmente si madura más deprisa que sus compañeras. Asustada por dicha transición, puede que la joven tome medidas extremas para evitar las curvas propias del cuerpo de mujer.




Ciertos investigadores opinan que, además de los factores emocionales, también puede haber implicado un factor físico. Por ejemplo, señalan que la bulimia puede estar arraigada en la química cerebral de la enferma. Afirman que se relaciona con la parte del cerebro que controla los estados de ánimo y el apetito, lo cual tal vez explique por qué a veces se alivian los síntomas de la persona bulímica con antidepresivos.
Obviamente no es fácil para los investigadores aislar un solo factor que sea la causa concreta de la anorexia o la bulimia. Ahora bien, ¿qué puede hacerse para ayudar a los que luchan contra estos trastornos alimentarios?

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