miércoles, 28 de marzo de 2012

Estrés ¿bueno y malo?


“Puesto que el estrés es la respuesta inespecífica del cuerpo ante una necesidad, todos lo sentimos constantemente a cierto grado.”—Doctor Hans Selye.


LAS cuerdas del violín han de estar tensas, pero en su punto exacto: ni muy tirantes, pues pueden romperse, ni muy flojas, pues no sonarán. El ajuste preciso está entre los dos extremos.
Otro tanto sucede con la tensión emocional. Ya hemos visto que en exceso es nociva. Pero ¿qué ocurre si no existe? Por atrayente que sea la idea, lo cierto es que necesitamos el estrés, siquiera a cierto grado. Por ejemplo, imagínese que al cruzar la calle ve que un automóvil se dirige raudo hacia usted. El estrés le permitirá eludir el accidente de forma rápida.
Pero su utilidad no se limita a las emergencias. También hace falta para desempeñar las tareas cotidianas. Todos estamos sometidos de continuo a cierto nivel de tensión. ‘La única forma de evitarlo es morirse’, dice el doctor Hans Selye, quien agrega que afirmar que uno “está bajo estrés” es tan carente de sentido como decir que “tiene temperatura”. “Con estas frases —señala Selye— nos referimos en realidad a un exceso de tensión o de temperatura corporal.” En este contexto, las diversiones, así como el sueño, también requieren estrés, pues el corazón ha de seguir latiendo y los pulmones funcionando.

Tres clases de estrés

Tal como hay varios grados de tensión, también existen diversos tipos.
El estrés agudo procede de las tensiones cotidianas, ocasionadas a menudo por situaciones desagradables que deben resolverse. Ya que son circunstancias ocasionales y temporales, este estrés normalmente puede afrontarse. Claro, hay quienes van de crisis en crisis; el caos parece ser parte de su carácter. Aun en este nivel es controlable el estrés. Ahora bien, el paciente tal vez rehúse cambiar a menos que comprenda las consecuencias que tiene su vida agitada en sí mismo y en quienes lo rodean.

A diferencia del estrés agudo, que es temporal, el crónico es duradero. El afectado no ve la forma de salir de la situación que lo agobia, sea la pobreza y sus lacras, un trabajo desagradable o el desempleo. El estrés crónico también lo ocasionan los problemas familiares persistentes, así como cuidar a un pariente enfermo. Prescindiendo de su origen, este tipo de tensión desgasta a la víctima día tras día, semana tras semana, mes tras mes. “Lo peor del estrés crónico —señala un libro sobre el tema— es que nos habituamos a él. [...] Reconocemos de inmediato el estrés agudo porque es nuevo, pero no prestamos atención al crónico por ser antiguo, familiar y, a veces, hasta cómodo.”

El estrés traumático lo causa una tragedia impactante, como una violación, un accidente o una catástrofe natural. Lo sufren muchos ex combatientes y sobrevivientes de campos de concentración. Los síntomas abarcan los vívidos recuerdos del desastre, que duran años, así como la sensibilización a sucesos menos importantes. A veces se diagnostica al paciente trastorno de estrés postraumático (TEPT) 

Hipersensibles al estrés

Hay expertos que afirman que el modo en que reaccionamos hoy al estrés depende, en gran medida, de la cantidad y el tipo de estrés que hayamos soportado antes. Dicen que los sucesos traumáticos alteran las “conexiones” químicas del cerebro del afectado, que será más sensible al estrés en el futuro. Por ejemplo, en un estudio realizado con 556 veteranos de la II Guerra Mundial, el doctor Lawrence Brass descubrió que el riesgo de padecer apoplejía era ocho veces mayor, aun cincuenta años después del trauma, si el ex combatiente había sido prisionero de guerra. “La tensión de ser [prisionero de guerra] fue tan grande que marcó las reacciones posteriores de estos individuos: los sensibilizó.”
Algunos entendidos afirman que, por sus graves consecuencias, no deben subestimarse los sucesos angustiantes de la infancia. “La mayoría de los niños traumatizados no van al médico —señala la doctora Jean King—. Sobrellevan el problema, siguen con su vida y, con los años, acaban en nuestras consultas, aquejados de depresión o cardiopatías.” Tomemos como ejemplo la terrible pérdida de un progenitor. “A edad temprana, una tensión tan intensa puede cambiar definitivamente la red de conexiones del cerebro —dice la doctora King—, dejando al huérfano con menos capacidad de afrontar el estrés normal de cada día.”
Por supuesto, la reacción del individuo ante la tensión depende de muchos factores, como su constitución física y los recursos de que disponga para encarar los sucesos estresantes. Pero causas aparte, es posible afrontar el estrés. Claro, no es fácil. La doctora Rachel Yehuda observa: “Recomendarle a quien está sensibilizado a la tensión que se relaje es como decirle al insomne que se duerma”. No obstante, cada uno puede hacer mucho para aminorar el estrés.

El estrés laboral “fenómeno mundial”

  Un informe de la ONU dice: “El estrés se ha convertido en uno de los problemas de salud más graves del siglo XX”. Su presencia en el lugar de empleo es patente.
• Las demandas por estrés que plantearon los funcionarios australianos aumentaron en un 90% en tan solo tres años.
• Un estudio efectuado en Francia reveló que el 64% de los enfermeros y el 61% de los maestros dicen estar a disgusto con el entorno estresante de su trabajo.
• Las enfermedades ligadas al estrés cuestan a Estados Unidos unos 200.000 millones de dólares anuales. Se calcula que del 75 al 85% de los accidentes laborales tienen que ver con el estrés.
• En muchos países, la mujer padece más estrés que el hombre, probablemente porque se ocupa de más obligaciones entre la casa y el empleo.
  Sin duda, el estrés laboral es, en palabras del informe de la ONU, un “fenómeno mundial”.


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